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lunes, 1 de junio de 2009

Indumentaria Femenina





De inventarios y otros documentos, en los Archivos de Montevideo, Buenos Aires y Córdoba, hemos extraído una lista de prendas de uso femenino en la campaña, hacia fines del Siglo XVIII, a saber: camisas, de bretaña, anchas o angostas, labradas con seda tancay o seda negra y otras de roan labradas con hilo de algodón azul, otras de lienzo de algodón, y también de bretaña pero con mangas de cambray: polleras de telas diversas y colores vivos (coloradas, verdes, etc.) y con bordados y galones en su parte inferior; enaguas de lienzo; corpiños o apretadores de crea; rebozos de bayeta de Castilla, con galones y bordados o sin ellos, en colores verde, azul y negro; medias de seda y de algodón; zapatos de tela y de cuero fino. De todo lo hasta aquí dicho y transcrito, podemos dar, creemos que muy claramente, una idea del carácter, vestuario, peinado, etc., de nuestras mujeres de campo, estancieras, paisanas y aun chinas, en el período que estudiamos, de 1780-1820, con todas las salvedades que sobre generalización, etc., hemos hecho con respecto de los hombres. En primer lugar, no parecen caber dudas que las estancieras, mujeres pueblerinas y paisanas, en general, además de los atributos de belleza característicos de las mujeres, que tanto subrayaron los viajeros, referidos a la tersura de su piel, a sus grandes ojos, muchas veces oscuros, pero también azules, a sus cabellos negros, gracia de formas, etc., unían una simpatía, buen trato, dulzura y cortesía, totalmente naturales, que aumentaban sus encantos y las hacían sobresalir frente a los hombres que resultaban, en comparación, rudos, secos e introvertidos, o parcos, cuando no taciturnos y groseros, a despecho de la hospitalidad y sobria cortesía características de nuestros hombres de campo. Diferente parece ser el caso de las chinas mucho más mimetizadas con los más bárbaros, duros y crudos de nuestros gauchos, tenían como ellos aspecto desaliñado y sucio, a veces casi varonil, muchas francamente desagradable. Sin otro maquillaje que un buen lavado con agua pura y fría, de aljibe o de cachimba, con los cabellos trenzados en una o dos trenzas, y estas o sueltas a la espalda o al frente, o apretadas en rodetes, o muy bien peinados, siempre con raya al medio, en un moño, más o menos bajo, no llevaban otro adorno para alegrar su cabeza, que una o dos peinetas, o, menos frecuentemente, un peinetón y un par de sencillos zarcillos de plata o de oro en las orejas; a veces alguna cinta de color para ayudar a sujetar el pelo, y, también a veces, una flor. Como las mujeres de la ciudad, para ir a la Iglesia, y no sólo a misa sino también para casarse, el vestido (generalmente pollera y gran rebozo, ambos de bayeta, o aquella de una tela más liviana y éste de bayeta) era totalmente negro, siendo igualmente negros, las medias y los zapatos. La ropa habitual, de diario, era una hermosa camisa, generalmente el orgullo de su dueña, de una tela de algodón fina, engomada y azulada, con bordados y puntillas, cuyo escote era redondo y fruncido (escote aldeano o bote) y prendido a la espalda con cintitas o botones, a veces con pasacintas, otras con un volado o fichú de la misma tela, siempre con bordados, muchas veces en colores contrastados, azul o negro, tal como se siguen haciendo en el Paraguay; otras con escote cuadrado, con bordados y botones al frente. Esta camisa a veces tenía mangas, al codo o largas, en este caso, con puños y puntillas o bordados en las mangas y puños. Llegaba, de largo, hasta poco más abajo de la media pierna y se sujetaba a la cintura con un cinturón de tela rica, o de lana tejida o aún de cuero fino, ablusándola un poco y, muchas veces en el trajín diario, refajándola para evitar se ensuciaran sus bordes , (que también solían tener puntillas o bordados) con el polvo, el barro, etc. Debajo de esa camisa, de la cintura hacia abajo, llevaban una o dos enaguas de lienzo, a veces con los bordes con puntillas, también muy engomadas (almidonadas) y azuladas, para darle mas brillo a su blancura. A veces, el busto se retenía, por encima de la camisa, con un apretador o corpiño, de crea, con cintas y botones. En estos casos, generalmente se ponía, sobre la camisa, una pollera de tela más gruesa o más fina, según la época del año y la ocasión (de bayeta, de indiana, de seda, de tripe, de cotonia, etc.), generalmente de un solo color vivo (excepto el negro, prescrito para la Iglesia), colorado, azul o verde, con uno o más galones (de oro, plata) en el borde, o con bordados en ese tercio inferior. Esta pollera no sobrepasa tampoco, en su largo, la media pierna, dejando ver, muy frecuentemente, el borde de la camisa y enaguas. Era bastante ancha y bien fruncida en la cintura, sin pretina. Para paquetear las mujeres ya algo maduras, usaban medias, generalmente de algodón, a veces de seda, habitualmente blancas y los zapatos, sin tacos, con tacos, muy bajos, y troncocónicos o carretel, eran de seda,satín u otra tela, a veces con bordados o pintados, o de un cuero muy fino (tafiletes, charol, etc.). Tenían a veces también hebillas o una moña de tela, o aplicaciones de mostacilla, o alguna piedra de color. Al vestido negro, para la boda, se agregaba una mantilla blanca. Al de todos los días, un rebozo, o a veces una chalina o ponchillo; en el primer caso de bayeta o de punto, con o sin bordados y/o galones; las chalinas o ponchitos, de telar, con una o dos franjas y flecos. Siempre de colores vivos: azul, verde. La pollera, generalmente para el caso de bayeta, era obligada, sobre la camisa, para cabalgar y entonces la cabeza cubierta con un sombrero de hombre, gacho o pajilla, con todo y barbijo, a veces sujeto con un gran pañuelo para mejor protegerse del sol y el polvo y, casi siempre adornado con plumas, las más comunes de avestruz, a veces de pavo real. La amazona llevaba en su mano, a veces enguantada, un pequeño arreador o latiguillo, cuyo mango variaba en riqueza (con virolas o malla de plata) según la condición social y económica de su dueña.

sábado, 30 de mayo de 2009

Cinto









Heredero del "tirador" clásico, con rastra, ya nos hemos referido a él en diversas ocasiones. Se cierra al frente con una gran hebilla o con otras dos más pequeñas, generalmente éstas de metal fino (plata o metal blanco, con aplicaciones de oro). Posee un gran bolsillo dorsal, central. Otro de tamaño mediano sobre el costado izquierdo; a la derecha, bien al flanco, la pistolera (nuestros hombres de campo de mediados del pasado siglo en adelante, cada vez más usaron arma de fuego, primero pistolas Lefaucheux, de fulminante, y luego de tambor y balas con percutor. Después "Smith and Wesson", "Eibar", etc.), y, más adelante, sobre el mismo lado, un bolsillo pequeño, adecuado para el reloj, o llaves, o "el papel con la marca", documento que obligatoriamente debían llevar los troperos.

viernes, 29 de mayo de 2009

Corralera




En la Provincia de Buenos Aires y penetrando en el litoral y en nuestro territorio, trajinada por troperos y domadores, comenzó a usarse desde el último tercio del pasado siglo, una chaqueta corta -no llegaba a la cintura-, de tela liviana, abierta, con un cuello muy pequeño, levantado, como el de los militares, o sin cuello, abrochada sólo arriba con una "abotonadura gauchesca", a veces con puños dobles cerrados con gemelos; generalmente sin bolsillos; ribeteada con trencilla, y a la que se le bordaba; "pinos" o "eses", con la misma trencilla al frente y a los lados, y a veces iniciales (cuando tenía bolsillo chico superior a la izquierda, para pañuelo), muchas veces con otros pequeños bordados de color al frente otras con tablas, plisados, nido de abeja, botoncillos, etc. Por su practicidad (al ser corta no corría riesgos de suciedad en el trabajo del corral), su uso rural, etc., se le llamó camperita , campera o corralera , y por su forma "voladora". El probable origen de esta prenda es la adaptación o "interpretación" fabril, para uso del gauchaje, tomando como modelo las antiguas chaquetillas militares que ellos usaban, desprendidas.

jueves, 28 de mayo de 2009

Culero




En dos palabras vamos a tratar de dar una idea sobre esta prenda que es, en cierta medida, una hipertrofia del cinto de cuero o tirador y un complemento del chiripá.
Primitivamente y como muy bien lo muestra el pintor, Juan M. Blanes, en sus cuadros costumbristas, era el culero un rectángulo de cuero fuerte, curtido generalmente carpincho o ciervo, sin pelo, que, sujeto a la cintura con un cierre de botones, como el propio tirador, o con hebillas, y que, también a veces se doblaba en su parte superior, formando bolsillo, como la guayaca, con fleco cortado en el propio cuero en todo el restante perímetro, o cortado en ondas, que cubría los glúteos y muslos, hasta la mitad de éstos. Servía, fundamentalmente, para recibir el quemante roce del lazo en la faena de a caballo y, también para proteger el asiento en la jineteada de baguales en pelo.
Más tarde y con el desarrollo de las faenas de a pie, en el corral, principalmente con ovinos, o la pialada durante las yerras, etc., fueron transformando el culero en una especie de mandil o medio delantal, largo casi hasta el, tobillo, que se usa volcado sobre la pierna izquierda a la que cubre totalmente y protege así al usuario del roce de lazo (a pie), permite apoyar allí al ovino para desojarlo, curarlo, etc. ., evitando que la gran grasitud característica del lanar ensuciara el chiripá (antes) o la bombacha, etc..
En Río Grande del Sur y en nuestras zonas fronterizas, estos grandes "culeros", a los que también llaman "tirador" han llegado a ser una prenda de lujo o de "paqueteo" con afanes de lucimiento campero, y se confeccionan en cuero de ciervo con todo el pelo, lo que los hace particularmente llamativos.

miércoles, 27 de mayo de 2009

Poncho



De acuerdo con la etimología del término, se desprende que el poncho es de origen araucano. El poncho es la prenda peculiar del hombre del campo de nuestro interior, consiste en una manta cuadrada de lana (oveja, alpaca, vicuña, algodón, etc.) con una abertura en el centro por donde se saca la cabeza. Además de prenda de vestir, sirve durante los duelos a cuchillo y arrollado al brazo izquierdo para atajar los golpes del contrario. El "puyo", el "pampa" y el "calamaro" eran ordinarios y usados por los pobres o en el trabajo, los ricos y elegantes lucían el de vicuña, en consecuencia el más caro. Gozaron de gran favor también los ponchos de fabricación extranjera, los ingleses comprendieron pronto la conveniencia de esa industria y la explotaron, sus ponchos eran de paño grueso y doble faz. El "puyo" era de reducida longitud, llegaba un poco más abajo de la cintura, tal como el "calamaco" que a su vez era también cortón y su trama gruesa, irregular y con frisa, denunciaba su confección rudimentaria. El "pampa" tenía el más puro origen indio, de un color grisáceo uniforme, de lana de oveja llamada "cari", que se criaba en las tolderías, los indios perfeccionaron sus tejidos y los tiñeron con tinturas vegetales y lo adornaron con guardas y motivos que se hicieron típicos e inconfundibles. Los serranos, especialmente los andinos, fueron siempre los mejores, tanto en calidad de materiales como en su trama. De Gurupa A veces, el poncho estorbaba a su dueño, particularmente a la hora del asado o cuando intervenía en una jugada de taba. Entonces, se lo hacía un rollo y se lo ataba sobre el cinto dejando caer las puntas a un costado, en modo especial el izquierdo. Eso es llevarlo "de gurupa" a la cintura; también solía llevarse "de gurupa" en el recado, es decir, arrollado y "atado con tientos" en la parte delantera o trasera de los bastos o lomillo. En ambos casos, al hombre le quedan las dos manos desocupadas y puede manejarse con entera libertad.

martes, 26 de mayo de 2009

Chaleco y Chaqueta





El chaleco usado por los gauchos, muy similar por su forma a los actuales, se diferenciaba de éstos en que no alcanzaba a llegar a la cintura; de ese moda, se dejaba al descubierto la rastra, verdadero lujo campero y la primera pilcha de valor que se adquiría en cuanto se disponía de unos pesos. En el chaleco, lo mismo que en otras prendas, el ribete de trencilla solía ser unos de sus principales adornos; otro, acaso el más común, era el reemplazo de los botones por monedas de metal precioso. La chaqueta ha sido, quizás, la prenda que menos variaciones experimentó con el correr del tiempo. Poca diferencia puede establecerse entre la chaqueta de origen español, corta, de cuello volcado y con delanteros redondeados, que no se abrochaba para dejar a la vista el chaleco parte de la camisa y la rastra. Las "blusas" no el tipo llamado "corralera", que es muy posterior, tenían forma similar a la del saco; se confeccionaban con telas livianas, sin forro, pues se usaban preferentemente en el verano. El ribete y otras aplicaciones de trencilla era el único adorno. El saco más largo y de uso común en los pueblos, no estaba desterrado, en absoluto, de la vestimenta gaucha.

lunes, 25 de mayo de 2009

Tirador , Chanchero y rastra






El cinto de nuestra gente rural, changadores, gauderios, gauchos, hacendados, peones, etc., tiene como casi todas las pilchas de su uso, origen en el viejo mundo y en antiguas culturas. En efecto: pueblos tan antiguos como los egipcios, los persas, los griegos, etc., usaron, para la guerra, anchos cintos de cuero, con o sin bolsillos, tachonados con chapas metálicas y cerrados o abrochados al frente, también con grandes rodetes o chapas de metal labrado. Una finalidad especial tenía este tipo de cinturón y era la de proteger la cintura y, sobre todo por delante, la zona blanda abdominal, de los golpes punzantes de las armas blancas de combate, espadas, lanzas, picas, etc.
Con el uso de las primitivas armas de fuego de pedernal, se hizo necesario que el soldado cargase una serie de implementas para su uso: la pólvora, que la llevaban en un cuerno; piedras de repuesto; metralla o balas, de plomo y de hierro. A estos últimos resultaba más adecuado llevarlos en amplios bolsillos de cuero, con tapa de abrochar, adosados o formando parte de un cinturón, que más que elemento de sujeción, era parte de su equipo de campaña.
Lo mismo, lógicamente, habría de ocurrir con los cazadores y colonizadores de tierras donde la posible agresión permanente de individuos nativos hostiles o de animales, exigiera el ir continuamente armado. Estos cintos de "tiradores", se llevaban tanto a la cintura o algo más abajo, como en bandolera. Se fabricaban generalmente de un cuero flexible o de una tela fuerte y en su cuerpo, o adosados a él; se formaban varios bolsillos, generalmente en número de tres, uno dorsal, que podía ser ventral haciendo girar el cinto y uno sobre cada flanco. Se ajustaban estos cintos con una abotonadura grande, una o varias hebillas con tirillas, o simplemente con tiras atadas. No caben dudas que fueron los soldados de la conquista y los elementos provincianos españoles, que trajeron este tipo de cintos al Río de la Plata.
Una antigua tradición peninsular, de origen arábigo, la de los finos trabajos en cuero curtido, conocidos precisamente, como marroquinería, con el agregado de verdaderos bordados en hilos de color (que aquí en el Plata y ya en plena Edad del Cuero del Siglo XVIII, serían sustituidos por finos tientos de cuero crudo de potrillo) daría bases artesanales de especial interés a los tiradores, hechos en cueros finos, tafiletes, gamuzas o ante, etc., de colores combinados, recortados y sobrepuestos y con dibujos finamente realizados con tientos también teñidos, siguiendo la mencionada tradición. A veces al cuero también se le pintaban, sobre todo, motivos fitomorfos (flores y hojas) en colores vivos.
Otra vertiente cultural, hispánica y provinciana, la de las pasamanería y arte del bordado, vino a coadyuvar en la espectacular confección de tiradores, cuyo fondo o respaldo era de cuero y se forraban en género fuerte, pero muchas veces rico (como seda, terciopelo); que decoraban, a veces pintados, las más con bordados y más tardíamente con aplicación de materiales tan delicados y llamativos como la mostacilla (en apariencia tan poco masculina). Poco a poco ambas técnicas se combinaron y complementaron: marroquinería y pasamanería, y el resultado fue una creciente transitar con ganados por la campaña, una hoja de papel con la marca certificada con sello y firma, de los ganados que se llevaban.
La ausencia casi total de bolsillos en el traje de nuestro hombre de campo, y el hecho de que la circulación monetaria era en la época, (siglo XVIII y comienzos del XIX) sólo en piezas metálicas, principalmente de plata, de tamaños varios, pero en su mayoría de cierto volumen, obligaron a nuestras gentes a aplicar otro antiguo , sistema para llevar, su generalmente exiguo capital sobre ellos, a la vez con el mínimo riesgo de robo. Las monedas se perforaban en su centro o luego se les soldaba una pequeña argollita en una de sus caras, de manera de poder coserlas con tientos finos a la cara exterior del cinto, o usarlas como botones para cerrar los bolsillos o para abrochar el cinto en sus extremos. Estos botones sui-generis, dieron origen, más tarde, a una industria imitativa en Europa, en la época que estamos estudiando, y a ello, como a la gran difusión de su uso en otras prendas, no sólo en los cinturones, habremos de dedicar un apéndice especial de este capítulo, bajo su adecuado título de "Botones Gauchescos".
Y aquí vino a sumarse otra condición cultural propia del medio, para justificar la hipertrofia en el uso de monedas "punteando" los tiradores y las complejas abotonaduras de cierre hechas con 2, 4 y muchas monedas, que colgando de cadenillas, recibieron el adecuado nombre de rastras y luego, justamente en la época que ahora nos ocupa, los plateros comenzaron a hacer grandes rodelas o chapas, enterizas o con calados, que con varios ramales y botones, llevaron también ese nombre. La condición cultural a que nos referimos es el uso del cuchillo, el riesgo permanente de ser agredido con arma blanca, facón, daga, etc., y la necesidad de batirse, que sumado al uso casi exclusivo de armas punzantes en la guerra: espadas, sables lanzas, facones, revivieron, con toda intensidad, el uso de los elementos metálicos en los cintos, como sistema protector, como lo señalamos en aquellas antiguas culturas del viejo mundo eurasiático y norafricano.
Vamos ahora a tratar de resumir la tipología, materiales y evolución del tirador, advirtiendo también aquí en forma muy especial, que toda generalización en este caso es arbitraria y que, naturalmente, pueden encontrarse variantes más o menos abundantes de estos tipos o formas intermedias, etc.
Originalmente, los cintos eran de ancho relativamente grande, unos 15 centímetros o algo más, en su parte central (dorsal), estrechándose claramente hacia los extremos. Tenían un gran bolsillo en aquella zona, con tapa también amplia, y otros dos menores a los lados. Se cerraban al frente con una, dos, o cuatro monedas, pasando por respectivos ojales abiertos en el propio material, a veces con 2 0 3 pequeñas hebillas en el extremo de correitas, que permitían graduar su circunferencia total. Se construían de una tela fuerte o de un cuero fino y blando (agamuzado, ante, ciervo), con dibujos en hilo de color o en tientos, o con bordados. Muchas veces tenía fleco en su borde. Los botones de las tapas de los bolsillos también eran monedas.
Otro tipo era de un ancho casi todo regular, apenas mayor atrás y al centro que en los extremos, los bolsillos estaban formados por un forro más liviano sobre un cuero fuerte, generalmente tela, de cierta riqueza (seda, terciopelo), con muchos bordados o con dibujos realizados en mostacilla (escudo, corazones, iniciales, flores). Los bolsillos resultan rectangulares, separados por franjas verticales de cuero fino (tafilete, charol) sobre los que se aplican monedas. También los dos extremos, son del mismo material. Todo, incluso las tapas de los bolsillos (que siguen siendo tres), va ribeteado de charol o de tafilete. En los extremos, 2 ó 3 ojales, en cada uno, sirven para abrochar los ramales de la rastra.
Un tercer tipo de cinto, es construido en cueros finos, tafilete de color vivo y charol, combinados, recortando un cuero sobre el otro, los bolsillos son los tres clásicos, algo más pequeños (el cinto es más angosto), y otro, más pequeño, adelante sobre el flanco izquierdo; sobre el derecho tienen una canana o pistolera. Se cierra al frente con 2 0 3 hebillas pequeñas, rastra, 0 2 patacones, o una hebilla grande.
Variantes sobre este mismo tipo se hicieron con cuero de gato montés y charol; nutria o lobito y charol; cuero de carpincho curtido.
Otro cinto es el que en todo su largo constituye un solo bolsillo, cuya boca está en uno de los extremos. Es en realidad una especie de larga bolsa, de ancho variable, cuya cara exterior es de cuero fuerte (cuero vacuno con pelo, con dibujos hechos en el mismo pelo, de tripe, etc. al que se puede cubrir con abundantes monedas. Se cierra con dos patacones o con una gran hebilla. En el Sur del Brasil, a este tipo de cinto se le llama guaiaca (guayaca en nuestras tierras fronterizas), que quiere decir, algo así como "boca abierta", derivado del verbo "guaiar", el llanto de los niños .
En los últimos años, en la Provincia de Buenos Aires, ha dado en usarse por domadores, reseros y nativistas, un cinto ancho de cuero fuerte, totalmente cubierto de monedas, aún de una especie de malla de escamas, plateadas y aún doradas, al que se llama escamoso .
Como todas las hipertrofias alentadas por un costumbrismo seudo-tradicionalista, es anti-funcional (pesa un disparate), antiestético y de un claro mal gusto. La rastra con que se cierra, es también grosera y charra, en dimensiones y diseño.

El Chanchero
Llamado así por estar hecho, de preferencia, en cuero de chancho o cerdo, de superficie graneada, que contribuye a su mejor aspecto, era un cinto de anchura variable, provisto de dos o tres bolsillos y adornado con monedas de plata -los patacones, reales y medios, que circulaban antiguamente- y también de oro, las onzas o pelucones, bolivianos, cóndores y, en modo especial, la libra esterlina inglesa, de curso corriente en nuestra campaña.

BOTONES GAUCHESCOS Y RASTRAS

Como se ha señalado reiteradamente, sobre el cinto o tirador, a modo de adorno, como protección metálica de las cuchilladas, y como manera práctica de llevar el gaucho sobre sí su pequeño capital en efectivo, retomando artefactos culturales muy antiguos entre los pueblos del Mediterráneo oriental y del Norte de Africa, (árabes, etc.) se cosieron, soldándoles a los efectos un eslabón, monedas de plata (patacones) de las que circulaban en la región, ya fueran de cuño español, chileno, peruano, boliviano y, hasta nacional. Otras monedas, de tamaño menor, a veces, se usaron como botones de camisa, de chaleco, chaqueta, etc. Los patacones pareados, uniéndolos mediante un largo eslabón, u "ocho" de plata, se usaron tanto como cierre del propio tirador, como abotonadura en el cuello de las chaquetas corraleras, para los puños (en monedas de menor tamaño), etc. Esta usanza, que alcanzó difusión universal, dio origen a una verdadera industria en Europa como los ponchos, los mates y las prendas del recado, a partir de la tercera década del pasado siglo. En efecto, fábricas de quincallería y de botones militares, tomaron como modelo los cuños de monedas de circulación sudamericana, que les eran enviadas por sus representantes aquí, en especial sus anversos con escudos, etc., y empezaron a fabricar, en serie, botones de latón o bronce que, plateados, resultaban iguales a los hechos con auténticas monedas de plata y que, por su bajo precio, incrementaron aún más su uso. También las casas de moneda de algunos países del continente, como la de Chile, fabricaron botones gauchescos, no monedas, aún de metal precioso (plata).

LA RASTRA.
La rastra o abotonadura especial del tirador, tiene su origen en los mencionados botones gauchescos. En efecto, aquel cierre de dos o cuatro patacones o chapones, pronto se fue haciendo más complicado, se alargaron las cadenas que los unían, se agregaron a éstas, nuevas monedas o botones hasta formar rastras, que pendían sobre el abdomen del usuario; muchas veces a falta o supliendo a las monedas, simplemente se le colgaban cadenillas con bolitas de plata o pequeñas borlas de hilo plateado, que justificaban ampliamente su nombre de "rastra". Poco a poco los plateros, siguiendo las apetencias del gusto de los propios usuarios, o sus propias inspiraciones, fueron aumentando las dimensiones de las rastras. Se las dotó de una pieza, chapa o florón central. Redondo, cuadrado, rectangular. Con figura~ en relieve: gaucho a caballo, gaucho a caballo bebiendo en un chifle; cabeza de caballo; escudo nacional; cabeza de mujer; motivos zoomorfos o fitomorfos (pájaros, flores, etc.); marca de estancia; monograma; etc..

La rastra, que cerraba su parte delantera, es una de las prendas gauchas que subsisten aún y quizá la que goza de mayor aceptación. Reemplaza la hebilla común de nuestro cinturón y consiste en una chapa de metal -níquel, plata u oro- de diversas formas, unas veces grabado y otras calado, monogramas hasta el nombre del dueño.
De argollitas soldadas en la parte inferior de la chapa, salen repartidas por mitades, a derecha e izquierda, ramales -cadenitas o trabas articuladas- terminados en una especie de botón que suele ser una moneda de plata o de oro, un escudo, una flor, etc.; estos botones se abrochan en los ojales correspondientes en los dos extremos del cinto, con lo que este queda sujeto y cubre el ceñidor o la faja.
Por lo que respecta al tamaño y el peso, hubo rastras de todas las magnitudes, de acuerdo con el gusto del interesado o con el volumen de su cuerpo.
Igual variedad debe anotarse en lo referente a los motivos decorativos de su labrado.

viernes, 22 de mayo de 2009

Chaleco






Originalmente, largo hasta más abajo de la cintura, muy entallado y con una pequeña faldeta, con bolsillos, muchas veces con tapa y botón para cerrarlos, siempre la espalda de una tela más liviana y de menor calidad, y el frente de la misma tela de los calzones y chaqueta, o de otra más fina (en calidad y grosor), generalmente seda o terciopelo, cuando no una simple bretaña, con bordados y aplicaciones de trencillas muy del gusto provinciano español. Cerraban muy alto y, a veces, se dejaban los dos botones superiores (tenían entre 8 y 10) desprendidos y esa parte abierta a guisa de solapas. Poco a poco, se fueron acortando, para uso más en la campaña y especialmente para que no molestara la faja o ceñidor y el cinto, y también se fueron haciendo más abiertos, con las variantes de la moda a poco iniciado eI siglo XIX.

jueves, 30 de abril de 2009

Camisa





Prenda usada para cubrir el torso. Nuestros hombres de campo la usaron debajo de la chaqueta, de tela, de algodón o de lino.
El cuello era enterizo y volcado (tipo blusa). La pechera, el cuello y los puños llevaban bordados con hilo de color.
Las mangas eran bien anchas y los puños se cerraban con abotonadura de gemelos.
Para cubrir el torso, y debajo de la chaqueta, se usaba una camisa, de algodón, de crea o de lino (hilo), más o menos basta o más o menos fina, según las posibilidades y cuyo corte y descripción es la siguiente: cuello enterizo y volcado (tipo blusa), formando una sola pieza con los hombros cosidos horizontalmente a varios centímetros hacia el frente, espalda y mangas, formando "religiosa". La unión de la pechera, espalda y mangas, se hace en pliegues o frunces, en la pechera, a veces, estos pliegues se marcaban más, como tablas. La abertura iba desde el cuello hasta el esternón (la camisa se metía por la cabeza) y se cerraba con botones, de concha, de hueso o de guampa (a veces forrados en la propia tela) o con cordones. En el extremo inferior de la abertura, una pieza horizontal, con dos ojales en sus extremos, y otra vertical, largo variable, terminada en una presilla libre, de abrochar en el botón superior de la pretin calzoncillo. Los faldones largos, se metían dentro de este. La pechera, como el cuello y los puños, llevaba frecuente te bordados y aún cribos (deshilados), en el mismo material y color.

miércoles, 22 de abril de 2009

Bombacha




Pantalones anchos y cómodos usados especialmente en las tareas del campo. Pueden considerarse como reemplazantes del chiripá y aún hoy son elegidas por estancieros, capataces, mayordomos, troperos, peones.
Los colores más conocidos son el gris oscuro; el negro; el "gabardina" y el "bataraz".
Para compadrear, cuando se usaban alpargatas, se dejaba el botón de la botamanga de la bombacha desprendido lo que hacía que cubra casi por completo el pie.

Esta prenda aparece unos cinco años después de la Guerra Grande, durante la llamada Guerra de Crimea, en la que Francia e Inglaterra, se alían a Turquía para defenderla de los intentos conquistadores de Rusia, adoptando sus tropas vestimentas similares a las de los soldados turcos, en especial sus anchos pantalones.
Terminada esta guerra antes de lo previsto, el excedente de dichos uniformes fue exportado por estos países al mercado rioplatense, donde tuvo como destino las tropas locales y, fundamentalmente, las pulperías de la campaña, donde tuvo una gran aceptación por parte de la población rural.

lunes, 20 de abril de 2009

Bota fuerte




La bota fuerte (bota de cuero trabajada, de confección), por lo general la usó el patrón de estancia, o el mayordomo, pues comprar un par de botas, al paisano (puestero o domador) le era casi imposible, éste usaba generalmente botas de potro, alta.
A diferencia de las botas de potro, ésta presenta suela generalmente de cuero curtido o madera, arco de cuero curtido y taco de madera.

Suele tener en su caña, adornos como ribetes, bordados o la realización de un trabajo en cuero corrugado (tipo acordeón) y su largo aproximado de 3/4 la pierna del bailarín o el hombre que las use, cabe recordar que en un principio estos calzados cumplían una función específica, la de calzar, hoy su función original se ha disminuido debido a los modismos, y se la usa generalmente como elemento en el folclore académico para la interpretación de danzas.

Las botas fuertes actuales (de ballet) presentan, en su taco, clavos incrustados uno al lado del otro formando una plataforma metálica que favorece su sonorización, también cuentan con una media suela de goma para que el bailarín no resbale en sus movimientos sobre el escenario.

viernes, 17 de abril de 2009

Bota de potro




La bota de potro es un tubo de cuero crudo enterizo, sin costuras, que ajusta pierna y pie, fue usado como calzado rural. Se obtiene de las extremidades posteriores de burras, potros, terneras, vacas y yeguas; hechas con cuero de gato montés, o con las patas traseras del puma o yaguareté. De todas estas la preferida por los gauchos era la de potro.

La "bota de potro" fue usada por nuestra gente rural desde el siglo XVII. Este calzado, rústico y funcional, fue muy usado entre los arrieros, vaqueros, sebeadores.
Con el enorme desarrollo del vacuno, sustituyeron los potros por las terneras y vacas, sacrificadas para la sebeada, cuyos cueros pequeños y de poco peso, no tenían el interés comercial que el de los toros y novillos. Luego, por razones económicas se vuelve a la bota de caballar, no a la de potro, sino a la de yegua, animal de muy poco valor en el campo en aquellos tiempos.
La bota de potro desapareció por los altos precios de los cueros del ganado caballar y vacuno y, con el desarrollo de los calzados industriales de uso rural, de bajo costo y fácil obtención: la alpargata.

Para hacer las "botas de potro" se sacaba entero el cuero de las patas traseras de un equino, se limpiaba de todo pellejo y se sobaba. Este tubo de cuero, se amoldaba a la pierna y al pie del hombre; la curva del garrón formaba el talón; la punta se dejaba abierta para permitir al jinete dejar los dedos desnudos y así estribar en los famosos estribos "de botón".
Una bota similar, mucho más suave y considerada artículo de lujo, se confeccionaba con cuero de gato montés o de tigre, dejándole el pelo con todo su colorido.

lunes, 13 de abril de 2009

Chiripá






En la lengua quichua chiri-pac, significa "para el frío".El "chiripá", cuyos antecedentes le asignan un probable origen indio, es una especie de manta, muy parecida al poncho -que lo reemplazaba, en casos de necesidad- y hasta se afirma que los primeros "chiripaes" no fueron otra cosa.
Es un rectángulo de tela de lana paño de bayeta, usado en lugar de pantalones por los gauchos. Se cubrían con él caderas, muslos y piernas pasando por entre las piernas y se sujetaba a su cintura por una ancha faja. El chiripá era de gran amplitud y permitía que el gaucho se moviera en sus faenas rurales con la mayor libertad.
Comenzó a usarse a fin del siglo XVIII sustituyendo al calzón. Quienes primero usaron una prenda similar, fueron los indios catequizados en los establecimientos misioneros como consecuencia de la necesidad inmediata que tuvieron los jesuitas al organizar los pueblos, de vestirlos de acuerdo a los principios morales y de pudor a la religión.

El primer tipo de chiripá, es el de forma de mandil o de faldeta o mantilla. Consiste en un rectángulo de tela de telar, de lana o de algodón, o de bayeta, tripe, etc., de un solo color vivo sus medidas son, de largo el suficiente como para dar una vuelta y media a la cintura y caderas en la forma señalada, cruzándose en forma total en la delantera, y el ancho, como para Ilegarle al usuario desde la cintura a un poco por debajo de las rodillas, siendo que, a veces su borde superior se doblaba hacia afuera, como un refuerzo en la cintura.

Es pues incorrecta la versión de algunos "nativistas" que lo llevan más corto que a las rodillas, una especie de `mini chiripá . Téngase en cuenta que el propio Blanes, tan minucioso en estos temas, al baqueano, Andrés Cheveste, en el célebre cuadro "E1 Juramento de los 33", le pone un chiripá rojo de este tipo, y Hernández, en los versas que le dedica, siendo que él debió conocer bien este tipo de prenda entre correntinos y entrerrianos urquicistas, dice con cierto humor "y pa' mejor le ha salido medio escaso el chiripá", no obstante que le llega justo a las rodillas.

Este chiripá, muchas veces, llevaba flecos en su perímetro o cuando menos una trencilla en contratono, y otras tantas tenía dibujos o bordados, si no en toda su extensión, cuando menos en los ángulos inferiores delanteros. Aunque solía ser de un sólo color liso y bien vivo: rojo, azul, celeste, verde, amarillo, blanco, no pocas veces, al ser de lana, de telar, era totalmente rayado, como algunos ponchos, también con colores vivos.

El chiripá colocado entre las piernas, como pañal, es de uso algo más tardío, como ya indicamos y fue, casi siempre, en principio, un poncho o un medio poncho de telar, por lo que naturalmente, tenía flecos en su perímetro y era de un color de fondo, con listas o rayas de otro u otros' colores.

Agreguemos que el chiripá fue, desde sus orígenes, una prenda de uso entre los hombres más modestos, los menos pudientes, changadores y 'peones, de la campaña, siendo que los capataces, mayordomos y hacendados siguieron usando el calzón de tipo hispánico hasta bien avanzado el Siglo XIX, hasta la tercera década cuando menos ( 1830).

Hubo una suerte de transición por aquellos años, en que éstos, agregaron sobre el calzón, un chiripá de color vivo, quizás con dos fines, proteger los mulos y los fundillos del continuo andar a caballo, quizás por parecerse más a los "verdaderos" gauchos, en momentos en que el creciente nacionalismo de los estados recién nacidos, empezaba a destacar con relieves propios todo aquello que simbolizara valores culturales del "país".

La difusión del uso militar, o casi militar, de este tipo de chiripá entre las tropas rosistas y urquicistas y sus aliados de uno y otro bando, en estas márgenes del Plata, trajeron dos consecuencias bien marcadas: una respecto a su confección con las telas habitualmente destinadas a la fabricación de uniformes, p. ej. bayeta, o paño de lana, de un solo color vivo, generalmente rojo o azul.

La otra, la difusión interna de uso entre el pequeño pueblo urbano de las orillas de las ciudades-puertos platenses: Buenos Aires, Montevideo y aún, Rosario, Paysandú, etc. Consecuencia, que un nuevo tipo social que se venía perfilando, en esas zorras, matarife de saladeros, gaucho dislocado de su habitat, soldado o ex soldado, vago de pulperías, ladrón de caballos, etc., en definitiva el guapo o compadrito, adoptará como primer símbolo de su figura de macho pendenciero, junto al cuchillo, el chiripá. Así, cada vez más, al chiripá de tela de color vivo, liso, se le agregan sobre todo en las dos puntas anteriores, las que caen en pliegues triangulares al frente y lados de los muslos, finos bordados en contratono, que incluyen flores, iniciales y hasta corazones y dédicas; todo siempre de tamaño pequeño y factura de cierta tradicional calidad, herencia de la vieja pasamanería española.

El circo criollo es, como se ha reconocido, la cuna original, del teatro rioplatense, y es, a la vez, uno de los mejores pretextos para que se expresen los sentimientos de reacción "antigringa", que paradojalmente, venían incubándose en la sociedad, particularmente la urbana, de ambas márgenes del Plata, mecanismo cultural de defensa, ante las nuevas mayorías de los más variados orígenes europeos, buscando preservar afectos o valores propios, tradicionales, los que se entendía como más representativos de la nacionalidad. Así, en nuestro país, se produce un movimiento, más o menos intelectual y literario, que va de lo casi ingenuamente folklórico a un nacionalismo romántico fundado en la exaltación de hondos valores del espíritu, y tiene una variada gama de cultores.

El circo primero, y el teatro criollo luego, levantan el chiripá como un símbolo. Pero no cualquier chiripá, sino su chiripá. Ese que se adecuaba al espectáculo de luz y color. Negro para recortar la figura del héroe-matarife de turno, sobre el fondo albo de la carpa, con aquellos grandes floripones bordados de los chales, y con la trencilla convertida en ancha cinta, también de color fuerte. Y será este chiripá, que con ese sentido de símbolo tomarán los nativistas de la hora, para usarlo puntual y religiosamente en sus fogones dominicales, en los que se procura, siempre de buena fe, pero con mayor o menor calidad de espíritu, sinceridad filosófica, o conocimiento de causa, revivir, conservar, exaltar, los valores tradicionales de la cultura nacional. Aquella vieja cultura vacuna, forjadora, causa y efecto de defectos y virtudes de nuestro ser y quehacer.

Y será este mismo chiripá el que Carlos Gardel paseará triunfante por París, enancado en el corcel maravilloso de su voz y su simpatía carismática.

miércoles, 8 de abril de 2009

Pañuelo
















Se le llama así a un cuadrado de 75 a 85 cm. de lado, de tela liviana o seda, estampado o liso, siempre de colores muy vivos.

Se le daba diferentes usos y según éstos recibía su denominación:
-Serenero: Se cubría la cabeza con el pañuelo, y atado o anudado bajo el mentón, siempre bajo el sombrero. De esta manera se protegía la cabeza, las orejas y la nuca de la lluvía, el sol, el frío o el rocío.

-Vincha: el gaucho doblaba el pañuelo y sujetaba los cabellos (generalmente con una trenza o coleta) atandolo atrás de la cabeza.

-Golilla: Para el paseo, la pulpería o en faenas a pie, el gaucho se colocaba el pañuelo alrededor del cuello, cubriendo hombros y espalda como un simple adorno.

El nudo que se realizaba con el pañuelo era el denominado doble o cuadrado. (*)
Repetidamente en observaciones o en las transcripciones y citas de documentos y viajeros nos hemos referido al uso, por parte de nuestros hombres de campo, de un gran pañuelo, (cuadrado de 75 a 85 centímetros de lado), estampado o liso, de seda u otra tela liviana, llamado, en el primer caso "pañuelo de hierbas", siempre de colores muy vivos: rojo; azul-cielo, verde, amarillo, blanco.

Este pañuelo tenía varios usos. Generalmente colocado sobre la cabeza, atado a ésta, a la marinera o corsaria o anudado bajo el mentón, serenero, siempre bajo el sombrero, o como vincha para sujetar las largas caballeras. En el primer caso hacía las veces del gorro o red, que el hombre de pueblo, rural o urbano, español, gastaba para mantener sujetos, cubiertos y protegidos del polvo y el sol y, si se quiere, ordenados, los cabellos, peinados generalmente con una trenza o coleta atrás, cuyo largo variaba de acuerdo a la longitud de aquellos.

Este modo de usarlo es herencia tanto de los marinos como de los campesinos peninsulares. El otro modo de uso, de herencia también campesina con reminiscencias árabes; protege cabeza, mejillas y nuca del sol durante el día, y, a las orejas, del rocío y el frío en las madrugadas y atardeceres; también de la lluvia, el viento y el frío invernales. Siempre del polvo.

En ambos casos, cuando no se trataba de hacer largas marchas que era cuando se llevaba de "serenero", o de realizar duras faenas a caballo (boleadas, enlazadas) o en la guerra o en el duelo, o en faenas y cuadreras (que era cuando se le colocaba a la marinera o como vincha) el pañuelo se dejaba caer, simplemente, alrededor del cuello, cubriendo hombros y espalda como un simple adorno, para el paseo, la pulpería, o el bailongo de candil, o en faenas a pie, yerra, etc., para atajar el sudor del rostro y enjugárselo.

Puesto así al cuello se le dio en llamar de golilla o golilla, pues equivalía al gran cuello clásico español, plano y ancho, blanco y almidonado, de uso desde fines del siglo XVII, entre los militares, alcaldes, cabildantes, nobles y burgueses.

Jaime W. Molins, especialista argentino en temas de tradición criolla y referidos al gaucho, dio una interesante hipótesis, de origen semejante pero más restringido, para su denominación, en un artículo publicado en "La Prensa" de Buenos Aires el 11 de octubre de 1950. Indica que el Gobernador Don Pedro de Cevallos, en vísperas de su campaña contra los portugueses que culminó con la toma de la Colonia, Río Grande del Sur, etc. (1762-63), impuso a los Cabildantes el uso obligatorio de la golilla (el cuello, antes mencionado), como parte de su traje o uniforme, en las ceremonias oficiales de cualquier clase. Esta golilla, la de uso europeo, ya había dado lugar a polémicas sobre su uso o no, en España, coincidentes con las levantadas por la prohibición del uso del sombrero chambergo o gacho, y de la larga capa. Pues bien: según Molins la obligatoriedad de gastar aquella suerte de cuello acartonado y con gasas, despertó la máxima protesta en los presuntos usuarios y, seguramente, dio lugar a toda clase de chuscadas entre el populacho criollo siempre dispuesto a tomar a chacota a los godos y sus usos. Así al gaucho de nota, compadrón, que aparecía en la pulpería con su enorme pañuelo colorido al cuello, también se le diría en tono de guasa: "se ha venido de golilla, fulano! ! !".

jueves, 2 de abril de 2009

Calzón




Pantalón de tela ordinaria, ajustado en las caderas y muslos, sin bolsillos y sin pretina en la cintura.
El largo de las piernas llegaba justo al borde inferior de la rodilla. A los costados tenían un corte que se podía cerrar con botones pero que el hombre de campo siempre usó abierto, por donde salía el calzoncillo. Este corte y el borde inferior, a veces llevaban bordados.
Los calzones de los uniformes de oficiales, se ajustaba en el borde inferior con una cinta de plata u oro, y una hebilla llamada charretera o jarretera..

Los calzones fueron usados por los hombres de campo y como uniformes militares en el Siglo XVIII.

miércoles, 1 de abril de 2009

Calzoncillo cribado




En el sur de la América meridional, el "calzoncillo cribado" constituía parte del atuendo típico de los gauchos del siglo XIX, moda que deviene de una herencia provinciana española.

Eran en definitiva, unas bragas criollas bien ornamentadas y que constituían una prenda de orgulloso lucimiento para el gaucho ya que, un poco más o menos largas, eran siempre visibles sobresaliendo por debajo del "chiripá", especie de lienzo que se pasaba por entre las piernas y encima de las bragas y que se sostenía en la cintura con una faja o cinturón.

Hoy en día, en España y en algunos otros países de habla hispana, el término "bragas" es usado solamente para denominar a una prenda interior usada por las mujeres y los niños pequeños, pero de antiguo, la palabra "bragas" venía a definir una prenda íntima masculina, que de allí deriva aquello de "un hombre bien bragado", para indicarlo corajudo, en clara referencia a lo que las bragas cubren y aun en la actualidad en el persistente derivado "bragueta", aplicado a una parte de los pantalones masculinos.

Lo cierto es que nuestro gaucho usaba este tipo de bragas desde el siglo XVIII, primero por debajo del "calzón" típico español o pantalón sastreado, reemplazado en los albores de la independencia por el chiripá, y que vino a denominarse "calzoncillo", que bien podía ser sencillito tanto como "cribado" según la jerarquía y posición del portador.

Confeccionados en hilo de algodón hilado a mano, de fabricación criolla, tejido en los obrajes de la zona litoraleña, "pohobi", en Tucumán, Mendoza e incluso tela traída de Quito y Cochabamba, o de lino, de la cintura hacia abajo su largo fue variable según las épocas, bien hasta la pantorrilla o cubriendo los tobillos (siglo XIX), con o sin calados o cribos y con flecos en los bajos.

Pero lo distintivo del "calzoncillo cribado" era, precisamente, el trabajo de bordadura ornamental, trabajo que respondía a una tradición de artesanías femeninas de la península y que era en un todo similar al que se realizaba en camisas (de varón y de mujer), en la ropa blanca de la casa, en sábanas y toallas.

Pero era en la cuestión del ornato en donde estribaba lo sustancial del asunto pues, de acuerdo con su complejidad, se marcaban las diferencias. A unos diez o doce centímetros por debajo del borde del calzoncillo aparecía una franja, que solía ser también de ancho variable, en la que se desplegaba el lujo sea con bordaduras o "cribos", flecos y "vainillas" de distinto ancho y con trabajos diversos. Y así nos lo consigna Auguste de Saint-Hilaire, en Voyage à Rio Grande do Sul (1816-22, Orleans, 1887) cuando dice: "Tienen anchos pantalones (calzoncillos) de una tela de algodón casero y el extremo de cada pierna se termina con cribos o puntillas, por encima de cuyos deshilados hay, muchas veces, un trabajo de bordado".

Con el nombre general de "cribos" se distinguen dos adornos diferentes, a saber: el "cribado" o calado, trabajado sobre la misma tela y también llamado "añasgado" o "añejado". Estos son dibujos realizados con aguja directamente deshilando la tela y las "puntillas", como ser bolillos y randas de punta, que se trabajan aparte de la tela. La randa es una malla de ojo rectangular con dibujos geométricos superpuestos. El tercer tipo de adorno es el fleco.

Por lo general no se usaban más de dos hileras de "cribos" como máximo y, entre ellas, se realizaban los bordados y vainillados artesanales con diferentes motivos, desde flores pequeñas y discretas, hasta inscripciones, como en la época de Rosas con consignas tales como "Viva el Restaurador", o bien con las iniciales de su dueño, cosa de impedir toda sospecha de que prenda tan preciada fuera producto de robo.

El calzoncillo cribado contaba también, por delante y arriba, con una pretina con tres o cuatro botones y, por detrás, con una doble presilla, para regular el ancho de la cintura. Otra presilla, en el centro y borde inferior de la camisa, permitía la unión de ésta con el calzoncillo, debajo del cual se metían los faldones de la camisa. Raras veces, y sólo por necesidad, sea para realizar ciertas faenas o sea para preservar la prenda de la suciedad, se metía la parte inferior del calzoncillo dentro de la bota de potro, estirando bien hacia arriba la caña del calzado.

Muy en boga hasta el último cuarto del siglo XIX, el calzoncillo cribado era uno de los lujos que el gaucho podía darse y cuanto más calada y compleja la bordadura, mayor era su orgullo de ostentarlo, pero esta moda, por ser artículo costoso en virtud de lo que la encarecía el bordado artesanal, a poco se fue extinguiendo: el chiripá se alarga, cosa de tapar la mengua de ornamentos y finalmente, los predecibles cambios a los que obligó el progreso, terminaron por destronar al chiripá y al calzoncillo cribado a favor de la bombacha de campo.

sábado, 28 de marzo de 2009

De la bota de potro, típica del gaucho, a la alpargata del paisano




Se cree que la alpargata o esparteña, calzado de lona con suela de esparto, cáñamo o yute, tuvo su origen en la sandalia egipcia, en la que luego se inspiraron los romanos para elaborar una pantufla cubierta y proteger el pie del sol y del calor.

Introducida luego en España, las alpargatas han formado y forman parte del traje típico de muchas regiones, especialmente de los territorios que pertenecieron a la antigua Corona de Aragón (Aragón, Cataluña, Valencia e Islas Baleares) así como de Murcia y del ámbito cultural vasco (País Vasco, Navarra y País Vasco francés). Es tradicional también en Occitania (sur de Francia), teniendo un gran centro de producción en Mauleón, capital de la región francesa vascófona de Sola.

Si nos atenemos a documentación concreta, el origen de su forma actual parece ser pirenaico ya que se cuenta con una fuente escrita en catalán, datada en 1322, en la que se describen las "espardenyes" o "alpargatas". De ahí que parezca criterioso sostener que la alpargata ingresó en la zona del Río de la Plata de mano de los inmigrantes vascos, españoles o franceses, hacia la tercera década del siglo XIX, siendo pronto adoptada por los trabajadores rurales en sustitución de la bota de potro.

El proceso inmigratorio del pueblo vasco en la Argentina independiente se desarrolló en diversas etapas. La etapa temprana (1835-1853) estuvo conformada por vascos de Iparralde (pastores), que ingresaron a nuestro país por Entre Ríos. Una segunda ola (1853-1877) parece haber llevado a muchos vascos a la llamada pampa húmeda (provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos, Córdoba y La Pampa). Más tarde se produjo una nueva corriente tras la aprobación de la Ley de Inmigración (1877-1914). La última fase (1936-1945) fue consecuencia de la Guerra Civil Española y de la miseria subsiguiente.
Afín a su naturaleza

Habituado a la rapidez del juego de la "pelota vasca", al baile ágil y saltarín y al terreno montañoso, resulta lógico que el vasco tuviera a la alpargata o "abarka" como parte fundamental de su indumentaria. Este calzado, que se confeccionaba con suela de cáñamo, llevaba, en su parte exterior de tela, unas cintas apropiadas para atárselas a los tobillos. Al parecer, fue la liviandad de la alpargata el motivo por el cual, en especial los "pelotaris" y los "danzaris" la tuvieran tan en cuenta para su atuendo.

Según la historia documentada, se usaban de color negro en la semana y las blancas se reservaban para los domingos y días festivos. Consta, además, que cuando se pasaba brea en las calles era común ver cómo las personas las untaban con un producto llamado "galipot" para luego impregnarlas con la brea en el intento de volverlas más resistentes, ya que su gran defecto era que, al mojarse, quedaban duras e inutilizables.

Hay quienes suponen que, imitando a los inmigrantes y, percatándose el gaucho de la comodidad de la alpargata, le sacó las cintas y la hizo suya como prenda de rigor.

Sin embargo, puede que la sustitución de la típica bota i potro , tan clásica del gauchaje, por la alpargata del paisano haya tenido causa en otras circunstancias. En sus principios, la bota i potro no se confeccionaba con cuero de potro sino con cuero de vaca. Al aumentar la demanda y el valor del cuero vacuno, el mismísimo Cabildo emitió una ley que prohibía el uso de botas de cuero de vaca y de ternero, intentando, de esta manera, reducir la matanza que se producía en ambas márgenes del Río de la Plata, con la consecuente merma de una riqueza que proveía preciados dividendos.

Los estancieros, tanto porteños como orientales, que habían propiciado esta medida, creyeron que de ese modo habían solucionado el inconveniente. Pero sucedió que los gauchos sustituyeron el cuero de vaca por el de potro, de tal forma que se mataba a un animal solamente para quitarle el pedacito de cuero de sus patas con el que se fabricaba esa prenda de excelencia, orgullo de todo gaucho.

"Me gusta la bota i potro / el calzoncillo criba o / el chiripá de merino/ pa lucir un zapatea o ", dice Julio Argentino Jerez en la chacarera "De mis pagos".

La modesta alpargata de lona y suela de cáñamo, esparto o yute, vino, bastante más tarde, a subsanar el problema y se convirtió en el calzado más popular. De diferentes colores, negro, azul o blanco, con o sin cordones, las alpargatas pasaron a ser parte constitutiva de la indumentaria del hombre de campo y del trabajador urbano para el trajinar diario y hasta para la diversión dominguera.

Todavía quedan quienes recuerdan al típico repartidor de leche recorriendo las calles porteñas a comienzos del siglo XX bien pertrechado con boina, bombachas de campo y alpargatas, clarísima herencia vasca.

" Otros limpian con esmero/ su cuchillo en la alpargata/ que es una prenda barata/ y a veces no hay más remedio/ que hacerle un tajo en el medio/ para que d entre la pata", advierte un decimista cuyo nombre no recuerdo.

jueves, 26 de marzo de 2009

O Lenço Farroupilha

A indumentária gauchesca promana, como um todo complexo que é de tres fontes distintas facilmente identificáveis.
A primeira é logicamente ibérica - lusitana, no caso do gaúcho brasileiro. A segunda é indígena, americana, e a terceira é gauchesca, nascida no pampa, do própri gaúcho.
A primeira fonte, a ibérica, nos forneceu as botas fortes (como as russilhonas), as esporas (como as nazarenas), as ceroulas de crivo, os calções (bragas), o cinturão, a camisa, o jaleco, a jaqueta, o barrete, o chapéu de feltro ou de palha (este, o abeiro português).
Peças indígenas de nossa indumentária são o chiripá (o primitivo chiripá), a faixa, a guaiaca original, o pala, a vincha.
E, finalmente, peças de invenção gauchesca são vários tipos de esporas, as botas de garrão, o chiripá passado entre as pernas, o cinturão de guaiacas, o tirador, o pala de seda, o poncho-pala, o poncho de oleado.
Ficam à margem das tres fontes o poncho (possivelmente europeu) e as bombachas (turcas, ao que tudo indica), peças tão importates no complexo que merecem um estudo à parte.
E o lenço? Ah, o lenço!
Seguramente essa peça deve ser incluída entre aquelas que vieram da europa. Com écharpe, cache-col ou foulard vem desde a Idade Média e é feminino e masculino, alternadamente. Na França dos Luíses aparece com destaque, sempre de seda, sempre enrolado ao pescoço, muitas vezes apertando altos colarinhos, raramente esvoaçando aos ventos, com as pontas soltas. Os marinheiros finalmente o trouxeram para as Américas, como uma gola removível de suas blusas típicas.
No cone-sul americano, na bacia do Prata o traje gaúcho a rigor nunca dispençou o lenço de seda ao pescoço.
Saint-Hilaire que esteve no RGS e no Prata em 1820/1821 viu gaúchos argentinos de Entre-Rios em São Borja e descreveu-lhes a indumentária: "Trazem os cabelos trançados e um lenço ao redor da cabeça, um outro lenço, a que dão um nó muito solto, serve-lhes de gravata; como arma exibem uma grande faca à cinta." (Viagem ao Rio Grande do Sul, Universidade de São Paulo, 1974, p. 34.). Da mesma época, Nicolau Dreys, igualmente francês, também menciona o lenço dos gaúchos: "...um lenço, quase sempre amarrado na cabeça,..." (Notícia Descritiva da Província do Rio Grande de São Pedro do Sul, Instituto Estadual do Livro, Porto Alegre, 1961, p. 163).
No Uruguai, Juan Manuel Blanes pintou o gaúcho as vacarias de golilla, o grande lenço aberto, esvoaçando às costas. No Brasil, o pintor Jean-Baptiste Debret também debuxou o gaúcho do Rio Grande do Sul com o lenço de pescoço, nos começos do século XIX.
Insofismável como peça da indumentária gauchesca brasileira ou castelhana, resta examinar o lenço como distintivo político, deste e do outro lado do rio Uruguai. Na Banda Oriental, aparece o lenço vermelho dos colorados seguidores de Frutuoso Rivera e o lencó branco dos nacionalistas de Oribe. Na Argentina, os colorados de Juan Manuel Rosas combatiam ferozmente os azules e blancos da oposição provincial, anti-portenha.
No Rio Grande do SUl, o lenço de pescoço aparece como distintivo político na chamada Guerra dos Farrapos (1835/1845). Os farrapos de Bento Gonçalves usavam um lenço de seda aberto, com duas pontas soltas às costas, e atado de modo peculiar à frente, quase como uma cruz sobre o peito.
A propósito, José Teixeira, do Rio Pardo, que lutou no Decênio Heróico, dá uma descrição completa do lenço, alcançando até mesmo um desenho de sua maneira de usar e afirmando que os farrapos não desmanchavam o nó, uma vez feito: simplesmente tiravam o lencó - atado - pela cabeça, e depois era só colocá-lo assim mesmo, outra vez. É o que se vê das notas de Aurélio Porto ao Processo dos Farrapos, Arquivo Nacional, 1933, p. 475. O informante, ele próprio um veterano farroupilha, descreve um outro símbolo dos guerrilheiros de 35: a barba emoldurando o rosto, sem bigodes e sem cobrir a face, assim como a que usava o General farroupilha David Canabarro.
O historiador gaúcho Alfredo Varela, autor da monumental obra em seis alentados volumes Histórias da Grande Revolução, publica nas primeiras páginas do 1º volume uma litografia coloridade um quadro do pintor que se assina simplesmente Liebscher, sem maiores identificações, aparentemente extraída do livro Vita di Giusepe Garibaldi(?). Nele aparece um gaúcho do período farroupilha, segundo a legenda, em traje festivo. Esse gaúcho está usando botas fortes, chiripágauchesco (aquele passado entre as pernas, como fralda), faixa de cintura com ponta solta, jaleco, camisa com mangas fofas, lenço farroupilha (colorado, aberto nas costas e com o nó de cruz) e chapéu de feltro de copa alta e aba estreita. E, claro, ostentando a barba ao estilo dos farrapos.
O quadro é precioso pelas informações que alcança ao pesquisador. Em primeiro lugar, confirma as afirmações do veterano guerrilheiro de 35 José Teixeira, do Rio Pardo, quanto ao tipo de barba que os farrapos usavam e sobre o lencó colorado. Por outro lado, confirma as assertivas de pesquisar anteriores (Antonio Augusto Fagundes, Indumentária Gaúcha, IGTF, Porto Alegre, 1977) sobre o chiripá tipo fralda efetivamente usado pelo gaúcho, nessa época. Aliás, o autor da presente pesquisa tomou mesmo a liberdade de batizar esse chiripá com o nome de chiripá farroupilha, para distiunguí-lo do primitivo chiripá, que era uma espécie de semi-saia aberta à frente. Aliás, outros estudiosos gaúchos, que nada disseram quanto ao chiripá primitivo, negaram o chiripá passado entre as pernas, o qual agora deverão aceitar, diante da prova iconográfica, definitiva.
Houve um momento em que o alto comando farroupilha, apesar do lenço colorado aberto às costas e atado com o nó de cruz adotado espontaneamente pelos farrapos, quis dotar as suas forças de um lenço mais oficial. O grande impulsionador da idéia foi sem dúvida o major Bernardo Pires, do exército republicano, Chefe de Polícia durante a guerra, com sede em Piratini. Pires era um gaúcho de Canguçu, liberal e maçon e conhecido pelo seu heroísmo, a ponto de ser chamado O Mártir do Seival, mercê de sua atuação naquela heróica batalha. Bernardo Pires não era um homem instruído formalmente, mas era um excelente auto-didata. Artista plástico primitivista, insculpiu até borrachões de chifre, para canha. E pintou a alegoria que devia constar do lenço farroupilha, sobre uma idéia original do major Mariano de Mattos, alto prócer farroupilha, fluminense de nascimento.



O primeiro lenço foi mandado confeccionar nos Estados Unidos, por Bernardo Pires. E explica-se: a pátria de Lincoln era um modelo ideal para o Brasil que os farrapos sonhavam, com o Estados independentes e federados. Não é demais lembrar que o muito americano John Griggs, o João Grande de Camaquã, lutou e morreu integrando as forças navais republicanas, sob o mando de Garibaldi. A maçonaria vermelha, de origem francesa e de feição republicana (tem a divisão dos três poderes) tinha muita força nos Estados Unidos, na jovem república rio-grandense e no Prata. Foi, aliás, através de um comerciante de Montevidéu que foi feita essa primeira encomenda dos lenços. Chamava-se Marcial Rodriguez, esse comerciante, conforme Apolinário Porto Alegre (Cancioneiro da Revolução de 1835, Globo, Porto Alegre, 1935, p.57). O pedido foi feito a 10 de maio de 1842. Ao chegar a encomenda, a carga foi toda queimada, com as caixas e tudo, no próprio porto de Rio Grande. Era tão forte a animadversão dos imperiais relativamente aos lenços farroupilhas, que o famigeradoFrancisco Pedro de Abreu (o Chico Pedro, o Moringue, o Fuínha) dizia querer saber quem era o autor de tão infeliz lembrança para metê-lo no arrocho e defumá-lo. Os lenços finalmente chegaram a 3 de dezembro de 1943 ao acampamento volante das forças republicanas em terras de Manoel de Moura, nos campos de Piratini (que os farrapos chamavam Piratinin). Apolinário, aliás, atribuiu o desenho desse lenço ao Padre Francisco das Chagas Martins Avila (o famoso Padre Chagas, da Aseembléia farroupilha) e diz ter em seu poder (dele, Apolidário) o esboço original do trabalho, que teria sofrido apenas insignificantes modificações, comparado com o lenço mandado confeccionar por Bernardo Pires de Oliveira.
Bem, trata-se de um equívovo. Não se duvida que o tal esboço tenha realmente existido, mas se fosse o original do lenço não teria sido da autoria do Padre Chagas. Se fosse a autoria do Padre Chagas, não seria o modelo do lenço farroupilha.
Outro detalhe estranhável na crônica de Apolinário (saiu outra edição pela Erus, Cia. União de Seguros Gerais, Porto ALegre, Porto Alegre, 1981, p. 70/71) ressalta de suas afirmações. Veja-se: "Apresentavam dois padrões, conforme os desenhos remetidos. Uma é muito conhecido. Tem no centro o duplo pavilhão da República, é encimado pela fama e traz em torno as principais vitórias republicanas com os nomes locais e respectivas datas. É o que contém a quadra supra. Suponho que seja da lavra do próprio Bernardo Pires.
A quadrilha a que se refere o texto é aquela, famosa:

"Nos ângulos do continente
O pavilhão tricolor
Se divisa sustentado
Por liberdade e valor".

Mais adiante, Apolinário Porto Alegre acrescenta: "O outro padrão era menos complicado. Exibia no centro dois indígenas, cada um sustentando a bandeira tricolor, em meio desfraldo, como no outro lenço. Acompanhavam-no alguns dísticos. Este, nunca o vi".
O detalhe estranhável: nunca foi visto. Ninguém o viu, ao que parece.
Aurélio Porto, nas celebradas Notas afirma que a segunda edição dos lenços, a que tem as letras SGC (bordadas em seda e talvez iniciais do dono do lenço, segundo o historiador) foi mandada confeccionar na Alemanha, talvez, pela Casa Francisco Rasteiro & Cia., de Rio Grande, E ele, o historiador, ainda esclarece que o lenço usado para envolvr o crânio de Bento Gonçalves da Silva, quando foi translado dos seus restos mortais do cemitério do Cordeiro, em Camaquã, para o mausoléu, em praça pública, na cidade de Rio Grande, era um dos exemplares encomendados nos Estados Unidos, um dos primeiros lenços.
A respeito das famosas três letras do lenço, tão enigmáticas reina controvérsia. Será que significavam Salve, glorioso Continente, como queria Varela, sem maiores explicações? A verdade é que não foi encontrado nenhum lenço, entre os exemplares pesquisados, que não tivesse as letras SGC. Se Aurélio Porto estivesse certo, todos os exemplares conhecidos até agora são da segunda remessa.
Por outro lado, não foi encontrado até agoea qualquer exemplar com o padrão menos complicado, a que faz referência Apolinário Porto Alegre, onde apareciam dois indígenas sustentando cada um , a meio desfraldo (sic) uma bandeira tricolor.




Que se saiba, existe um exemplar do lenço farroupilha em Rio Grande, no acervo do museu do CTG Mate Amargo e que foi doado por herdeiros de Caetano Gonçalves da Silva. Esse exemplar ostenta a orla com as ondas azuis e brancas. Na Biblioteca Municipal de Pelotas o autor dessa pesquisa descobriu, emoldurado, outro exemplar do lenço farroupilha, mas de padrão diferente. É aquele que está, em tamanho menor, no centro do exemplar que tem a orla co as ondas azuis e brancas. No exemplar pelotense, a orla é vermelha, ou, pelo menos, avermelhada (a cor desbotada dificulta a precisão). Aparentemente, o exemplar de Pelotas foi recortado, para ficar menos e encaixar bem na moldura.
No Museu Júlio de Castilhos, de Porto Alegra, existem três exemplares distintos do lenço farroupilha. O primeiro é o lenço com cercadura vermelha, igual ao exemplar pelotense e está em exposição. O segundo é o lenço com a orla em ondas azuis e brancas, igual ao exemplar rio-grandino e está também exposto. O terceiro é um curioso exemplar e está em processo de restauração. Tem o padrão básico do primeiro exemplar, mas a cor predominante é um azulão forte, tipo anil. Assim, das duas, uma: ou houve um terceiro padrão, a que não aludem os cronistas (o que é altamente improvável) ou se pintou de azul um exemplar do lenço onde a cor dominante era o vermelho. O restaurador Luiz Cúria, nos começos deste século, foi o fac-totum do Museu Júlio de Castilhos e gozava da fama de ser muito bom em sua arte. Pode perfeitamente ser o autor da superposição de cores - isso, claro, na hipótese de não ter existido mesmo um terceiro padrão.
Não se pode garantir qual foi o padrão de lenço que chegou em primeiro lugar e que foi entrege aos farrapos a 3 de dezembro de 1843 nos campos de Piratinin.Tudo leva a crer que aqueles queimados com caixa e tudo no Porto de Rio Grande tinham esse mesmo padrão. Aliás, os farrapos só poderiam ter usado esse lenço durante um ano (1844) e dois meses (janeiro e fevereieo de 1845, quando se fez a paz).
O segundo exemplar, confeccionado na França ou na Alemanha, só chegou depois da paz. Conservado pelos remanescentes farrapos, aqueles que continuaram republicanos em pleno Império, vai ter muito uso exatamente na propaganda republicana. Inclusive, será pregado na bandeira tricolor dos farrapos, com brasão central. Aliás, não é demais recordar que a bandeira rio-grandense nasceu assim: os arrautos da República brasileira, seus corifeus e pregadores iniciais, pensando logicamente que a bandeira era retangular (na realidade, era quadrada) reconstituíram a bandeira com essa forma e costuraram no meio o lenço farroupilha. Com a Constituição castilhista de 1891 (a primeira constituição rio-grandense) essa bandeira foi transformada em símbolo do novo Estado. Mutatis mutandis, é a bandeira gaúcha, ainda hoje.
Além dos exemplares aqui arrolados e existentes atualmente, há mais um na coleção da Profa. Vera Stedile Zattera, de Caxias do Sul. Trata-se de um exemplar em tudo igual àquele do museu do CTG Mate Amargo, de Rio Grande. E consta que existe outro exemplar no acervo de uma escola, em Porto Alegre, o que completaria a soma de sete lenços farroupilhas identificados, até agora.
Ou oito, se considerarmos aquele que envolve o crânio do General Bento Gonçalves da Silva e que decerto está com seus gloriosos despojos no mausoléu que lhe foi erijido, na p'aça central da cidade portuária de Rio Grande - que aliás, em vida ele nunca consegui tomar.

Antonio Augusto Fagundes
Texto produzido para Vera Stedile Zattera.

sábado, 14 de marzo de 2009

Períodos de la vestimenta gaucha

1. Ultimo tercio del siglo XVIII (1770-1780) a principios del siglo XIX (1810-1820), época en que se termina el comercio del cuero y empieza el de la carne salada; el paso de la caza de hacienda cimarrona al del engorde de ganado.
Hacia 1789, el naturalista marino guatemalteco Antonio de Pineda y Ramírez del Pulgar, describe así al hombre de campo:
"Una bota de medio pie, unas espuelas de latón (bronce) de peso de dos o tres libras, que llaman nazarenas, un calzoncillo con fleco suelto, un calzón de tripe azul o colorado, abierto hasta más arriba de medio muslo, que deje lucir el calzoncillo, de cuya cinta está preso el cuchillo flamenco; un armador, una chaqueta, un sombrero redondo de ala muy corta con su barbiquejo, un pañuelo de seda de color y un poncho ordinario es la gala del más galán de los gauderios...". "Si es verano, se van detrás del rancho a la sombra y se tumban, si invierno juegan o cantan unas raras seguidillas que llaman de cadena, o el Pericón o el Malambo, acompañándose con una desacordada guitarra que siempre es un timple..."

2. De 1820 a 1870, época de caudillos y guerras intestinas; momento de las grandes inmigraciones. Al respecto Emeric Essex Vidal en las "Ilustraciones Pintorescas de Buenos Aires y Montevideo" (Londres, 1820), dice: "Los mayordomos, capataces o propietarios, y en general todos los que pueden comprarlo, usan un jubón, chaleco, calzones, calzoncillos, sombrero, zapatos y poncho. Sus peones, en cambio, usan solamente el chiripá, que es un trozo de burda tela de lana atada a la cintura con una cuerda. Muchos de ellos no llevan camisa, pero usan sombrero, calzoncillos blancos, un poncho y cortas botas hechas de cuero de potro y ternero; otros usan para este fin cuero de gato montés. Como no hay barberos, se afeitan muy pocas veces y éstas con su cuchillo; generalmente usan largas barbas. Las mujeres van descalzas y son muy sucias. Sus vestiduras consisten comúnmente, de una camisa sin mangas sujeta por un cinturón a la cintura; muy a menudo, no tiene más que la puesta...."

3. 1870 a 1920 aprox., época de la industrialización, comienzan los alambrados en los campos; época de bombacha y bota fuerte; paso del saladero al frigorífico.

viernes, 13 de marzo de 2009

El gaucho

En Argentina se festeja el Día Nacional del Gaucho el 6 de diciembre. Existen más de 50 etimologías para esta palabra que designaba a una etnia que, en el siglo pasado, era considerada de lo más bajo de las clases sociales, y luego de las guerras de la independencia tuvo una pequeña reivindicación, por su coraje. Se considera que la palabra tuvo variados usos según las épocas:
Vagabundo o vagamundo (1642)Changador (1734)Gauderio (1746)Gaucho (1771)Guaso (1789)Camilucho (1798).
Gauderio: palabra de origen portugués con la que se designaba a los campesinos andariegos de Río Grande do Sud (Brasil) y Uruguay; eran hombres increíblemente dúctiles en el manejo del caballo y la hacienda. La palabra "gauderio" pasó al Río de la Plata, donde no era conocida y sirvió para designar al paisano de nuestros campos: "étnias de indios y colonizadores..." según Mariano Polliza.
El Señor Antonio Palmeira, visitante de nuestro sitio, nos hace llegar la información de la palabra Gauderio
[Del español platense gauderio.]S. m. 1. Holganza, juerga, gaudio. 2. Vadío, malandra. V. vagabundo (7). 4. Zool. V. vinchuca (insecto que transmite el mal de Chagas). 5. Brasilerismo. Noreste. Parásito ( individuo que no trabaja, habituado a vivir o que vive de los demás). 6. Brailerismo. Rio Grande del Sur. Aquél que acompaña a cualquier persona, abandonándola luego para seguir a otra. 7. Bras. Rio Grande del Sur. Perro errante, sin dueño. 8. Lusitanismo. Ladrón (2). Adj. 9. Lusitanismo. Se dice de gauderio (5, 6 y 7). [Cf. gauderio, del verbo gauderiar.] Gauderiar3. Brasilerismo, Rio Grande del Sur: Tornarse gaudério; andar errante de casa en casa, sin ocupación seria; flautear, gauchar.Y del Diccionario de Argentinismos, neologismos y barbarismos, del Dr. Lisandro Segovia (obra publicada en 1911 bajo los auspicios de la Comisión Nacional del Centenario) consta:GauderioM. Nombre que parece haberse dado en otro tiempo al gaucho. En Brasil, gorrón, parásito.Dicionário Aurélio Eletrônico - Século XXI - versão 3.0, novembro 1999 (versión digital integral del Novo Dicionário Aurélio-Século XXI, de Aurélio Buarque de Holanda Ferreira, publicado por Editora Nova Fronteira, Rio de Janeiro)Diccionario de Argentinismos, neologismos y barbarismos, con un apéndice sobre voces extranjeras interesantes, del Dr. Lisandro Segovia, Imprenta de Coni Hermanos, Buenos Aires, 1911.



Huajcho: palabra que significa huérfano. Se designaba así a los solitarios y salvajes hombres de las pampas argentinas "con sus pelos largos hasta los hombros, la cara negra por el viento, sombrero de fieltro, chiripá y botas sacadas de los cuartos traseros "Gaucho actual de Tafí del Valle (tafinisto)" de las yeguas, un largo facón en la espalda sostenido por el cinturón y comían carne asada como dieta principal a veces acompañado por un poco de mate o algún cigarro..." descripción de Charles Darwin hacia 1834 (Juan Manuel de Rosas: de Lynch).
.Históricamente el nombre "gaucho" data desde las invasiones inglesas momento en que el elemento campesino de a caballo participaba en la lucha por su tierra. Uno de los primeros en organizarlos fue el Brigadier Grl. Don Juan Manuel de Rosas, un "curtido hombre de campo, tanto o más gaucho que sus propios hombres...", quien los unió para lograr la gobernación de Buenos Aires entre 1829 y 1837.
Extractado de " Raíces de mi Tierra Litoral " - Subsecretaría de Cultura de la Pcia de Sta Fe, en coordinación con el Ministerio de Educación y Cultura. Año 1992.

Su Historia
La palabra gaucho nos hace pensar en un hombre de campo, tostado por el sol, vestido de manera peculiar y siempre a caballo.
Jinetes de pantalones amplios llamados " bombachas ", camisa, casaca corta , pañuelo al cuello, relucientes botas y sombrero. Para nosotros. que admiramos su cinturón recubierto de monedas y los adornos de la cabezada del caballo, ese hombre que trabaja en la campaña, es el gaucho, aunque también lo oigamos llamar paisano o peón.




Los Primeros GAUCHOS :
Hacia el año 1600, aparecen en el Litoral los GAUDERIOS o CHANGADORES. Estos fueron los primeros gauchos. Pocos años después los encontramos ya en la campaña bonaerense.
El ganado cimarrón tuvo mucho que ver, con la presencia del gaucho en estas tierras. En efecto, había por entonces en las desiertas llanuras pampeanas, miles de cabezas de vacas y caballos salvajes , sin dueños, denominados cimarrones. Y esos hombres que luego se llamaron gauchos empezaron a alejarse hacia la campaña donde podían subsistir sin mayor esfuerzo, pues con ese ganado de nadie satisfacían sus necesidades de sustento. Para comer bastaba con faenar un animal; lo demás lo brindaba la naturaleza : no les hacía falta nada más. De este modo empieza a dibujarse la imagen del gaucho libre , sin trabajo ni vivencia fija , recorre a caballo grandes distancias y duerme al descampado sobre su recado cuando lo sorprende la noche en la soledad de la llanura. Lleva una vida nómade y apartada de las ciudades.
Por entonces , las autoridades dan permiso a los dueños de tierras para realizar VAQUERIAS , es decir, para recoger y faenar el ganado cimarrón. El gaucho trabaja en ellas y debido a las expediciones que tienen que hacer para buscar el ganado , se van alejando cada vez más de los centros poblados y se diseminan por las pampas. Fueron pues los primeros paisanos que fundaron una sociedad campesina.
Sabemos que hacia 1661, el gaucho deambula de rancho en rancho (así se le decía a su rustica casa) , con sus infaltables lazos y facones , vestido con calzoncillos blancos , chiripá , poncho y sombrero. Tales prendas y los aperos de su caballo son los únicos bienes del gaucho , para quién la sociedad se reduce a la familia y a los compañeros de pulperias.
Su primitiva casa era un miserable refugio , pero a medida que se afinca , el gaucho levanta el rancho de paredes de barro y cubre la puerta con un cuero. Ese rancho pobre y pequeño que todos dibujamos en los primeros grados de la escuela. Como le bastaba matar una vaca o novillo para alimentarse , comía casi exclusivamente carne - asada y sin sal - , porque ésta era muy cara. Del animal sacrificado solo aprovechaba un trozo de carne y el cuero de las patas para hacerse un par de botas para canjearlo por yerba , galletas , etc.
Tal tipo de existencia continuó hasta que a principios del siglo XVIII el ganado cimarrón había disminuido tanto por causa de tales matanzas, que las autoridades dejaron de otorgar permisos para vaquear.
Las botas de potro y las espuelas de plata o hierro fueron típicas de nuestros gauchos. Aún hoy los paisanos se enorgullecen al lucirlas. La bota de potro , abierta en la punta , se hace con el cuero de la pata del caballo , que es muy flexible. La abertura ( por donde pasó la tibia del animal ) permite al gaucho estribar con los dedos.



Comienzan los cambios :
Cuando se fundó la ciudad de Buenos Aires se repartieron las tierras , las más extensas y alejadas se llamaron ESTANCIAS. Al principio, los límites entre una y otra eran simplemente los ríos y arroyos, aunque a veces se construyeron zanjas divisorias.
Durante el Virreinato comienzan a crecer las estancias en " Tierra adentro ", o sea , en lugares aún más apartados y hasta poco antes en poder de los indios.
Las autoridades apoyaban su instalación para evitar la merma de ganado provocada por la vaquería, pues, si los animales tenían dueños ellos , se encargarían de cuidar que subsistieran. Las nuevas estancias ocuparon buenos terrenos , altos con declive para que el agua de lluvia no se estancara y provistos de aguadas naturales. Los deños no la dirigían personalmente sino que delegaban el mando en mayordomos y capataces.
En ellas vivían en pobbres ranchos los esclavos y los gauchos que trabajaban como peones. Como esas estancias tampoco tenían cercos , era necesario "aquerenciar" el ganado , es decir aprovechar la costumbre de éste de permanecer en un sitio determinado. Para lograrlo, durante tres o cuatro meses se los arreaba hacia lugares apropiados. Como tales rodeos iban constituyendo el ganado de la estancia.
El aumento del número de estancias causó otra modificación en las costumbres del gaucho comenzó a abandonar la vida nómade y a conchabarse para trabajar. El era quien mejor sabía realizar las nuevas tareas que la estancia requería , formar rodeo, castrar y marcar hacienda. Sin embargo, en cuanto reunía el dinero que necesitaba para comprar sus "vicios" (yerba o tabaco) volvía a la vida libre, por esta razón se los llamaba también " arrimados " .
Pero con tales transformaciones se le hará más difícil mantenerse como el diestro jinete dueños de la llanura. En efecto, ya en las primeras décadas del siglo XIX, las estancias mejoran sus instalaciones y aumentan su personal, porque cada vez se intensifica más la exportación del cuero y el interés por la explotación de la carne vacuna. Se inicia asimismo el cultivo de los campos y la mejora de las razas por cruza con animales importados.
Abandonado el antiguo rodeo, el gaucho debe entonces adaptarse a la situación; ya no domina con su rápido lazo el ganado salvaje , ahora cuida la hacienda mansa de las estancias.

El gaucho en las guerras de la Independencia:
Cuando el país llamó a sus hijos para luchar contra España , después del 25 de mayo de 1810 , los gauchos ingresaron en las filas patriotas. La audacia , la habilidad para cabalgar y el enorme conocimiento del suelo , hicieron de él un excelente soldado.
Guío a los ejércitos nacionales a través de nuestro territorio y con ellos peleó en el Alto Perú a las órdenes de Belgrano o con San Martín en Chacabuco y Maipú.
En el norte del país otros hombres defendieron con gran destreza y valor las fronteras de nuestra patria naciente , se les llamo los " gauchos de Gúemes " .

El Gaucho y los Caudillos :
Más adelante , también participaron en las guerras civiles al lado de los caudillos. Por una parte, el gaucho sentía al caudillo como a un hombre con sus mismos gustos y parecidas costumbres.
Pero hubo además otras causas que empujaban a los gauchos a unirse a estas tropas.
Ya desde principios del siglo XIX , a raíz de una ley expedida en 1815 , se dispuso que quien no tuviera propiedad legítima sería considerado sirviente , y todo sirviente que no llevara consigo la papeleta de conchabo de su patrón , que era válida sólo por tres meses , era declarado vago. La persecución que originó esta ley, convirtió a muchos gauchos en hombres al margen de la sociedad; ante esta situación los gauchos encontraron que, junto a ls caudillos estaban protegidos.
Entre huir de la justicia hacia las tolderías de los indios o engancharse en las filas de un caudillo, muchos prefirieron esto último ; de ese modo aparecen peleando junto a Artigas , Ramírez y López en el Litoral , con sus propios caballos y armas , organizados en grupos pequeños que atacan en forma imprevista.
Durante el federalismo , el gauchaje se dividió , unos fueron partidarios de Rosas y se alistaron en sus filas , mientras otros se plegaron a las tropas unitarias. A la caída del Restaurador , volvemos a encontrarlos al lado de Urquiza.
También en el oeste , en las provincias de Cuyo y en la Rioja , caudillos como el Chacho Peñaloza y Felipe Varela , contaron con el decidido apoyo de los campesinos.

El gaucho desaparece
Todos los hechos señalados y los que van a producirse desde 1850 , transforman poco a poco al gaucho en paisano.
Por esa época comenzaron a alambrarse los campos para señalar sus límites y los propietarios de ganado se volcaron en contra de los gauchos que mataban animales ajenos. Muchos se vieron condenados a viajar por los caminos bordeando los campos sembrados , con la amenaza constante de ser apresados sin la papeleta de conchabo , el certificado de trabajo , y sufrir calabozo o cinco años de milicia.
A esto se suma la inmigración, miles de campesinos extranjeros se afincaron en la campaña. Como se adecuaban mejor al trabajo de la tierra , desplazaron al gaucho. Fue entonces cuando éste debió elegir su futuro , algunos no aceptaron perder su forma de vida sin sujeciones, otros quedaron en las estancias trabajando como peones.
Entre el gaucho de las vaquerías y el paisano de este momento, no hay tanta distancia en años como en el cambio que se produce en el personaje.
El gaucho fue el hombre típico de nuestros campos y también la causa de discusiones y polémicas. Muchos escritores y ensayistas lo pintaron como holgazán , vago y bandido. Otros en cambio , exageraron sus virtudes y exaltaron su vida libre y sin ataduras. Hoy se tiende a comprender que la existencia del gaucho fue consecuencia del ambiente y de la época en que vivió.




La vestimenta del gaucho
La figura del gaucho no puede separarse de su vestimenta. Así como la llanura fue su ambiente y el caballo su medio de movilidad , el traje lo individualizó.
Recortado contra el paisaje pampeano , parado en la puerta de su rancho o empeñado en un juego de taba o bebiendo en la pulpería , el gaucho es ese hombre callado que hace sonar con orgullo , al caminar , las espuelas que lleva sobre su botas de potro.
Muchos pintores de la época sintieron la necesidad de retratarlos en distintas actitudes. En todos esos cuadros resulta admirable el porte del gaucho , luciendo sus calzoncillos amplios y con grandes bordados calados que asoman debajo del chiripá y que sujetan a su cintura con un cinto.
Del mismo modo, lo vemos trabajando en el corral, protegido por un poncho de lana de brillantes colores, que a veces usa recogiéndolo sobre el hombro a manera de capa , o enroscado en el brazo , como para pelear.
Pero imaginémoslo también vestido de fiesta , luciendo con orgullo su chaleco abierto , prendido con dos botones , que deja ver los pliegues de la camisa ; o bien bailando un cielito , enfundado en la casaca corta que adornaba con botones de plata y con lujosa rastra en la cintura. Protegía su nuca con el pañuelo serenero que coronaba con un sombrero de copa alta. Esta es la figura que todos recordamos a través de dibujos y otras evocaciones gauchescas , pero hay diferencias entre la ropa que usaron los primeros gauchos y los de épocas posteriores , el chiripá reemplazó al primitivo pantalón corto de tipo andaluz y el tirador tachonado de monedas y patacones de plata , reemplazó al cinto.
Por otra parte, el cuchillo , en lugar de usarse sujeto al costado izquierdo o adelante , se empezó a colocar sobre los riñones , enganchado al tirador , como lo llevan actualmente nuestros paisanos.

Los trabajos del gaucho :
El gaucho y su caballo son casi una misma imagen , nada hacía el gaucho sin su caballo y nadie montaba como él . Mostraba en ello una naturalidad que sólo puede conseguir quien desde niño prefiere cabalgar antes de caminar.
Caballo , lazo , rebenque y boleadoras lo acompañaban en todas sus andanzas.
Los primeros gauchos cazaban vacas con el lazo o las boleadoras para sacarles el cuero. Mas tarde, cuando ingresaron a las estancias , el trabajo aumento y se hizo más variado.
El gaucho entonces, no tuvo rival en el rodeo , ni en la doma , ni en la yerra , y fue un experto en enlazar y pialar.
En la yerra enlazaba a la presa con verdadera maestría , bien afirmado sobre el recado , revoleaba el lazo con movimientos precisos y luego arrojaba en dirección del animal. Este quedaba aprisionado por la cuerda de cuero para que otro gaucho pudiese pialarlo , es decir , sujetarle las manos y voltearlo.
También era hábil en el rodeo , que en esta época consistía en reunir al ganado en un lugar para revisarlo , separar animales para la compra y la venta o vigilar su estado.
Con las boleadoras su puntería también era infalible , podía bolear un ñandú o un novillo a grandes distancias.
Las boleadoras , el lazo y el rebenque , junto con el cuchillo , fueron para el gaucho herramientas de trabajo y también armas. Basta recordar que durante las Invasiones Inglesas y la Reconquista , los ingleses cayeron atontados al ser enlazados o boleados por los gauchos .
Y con el rebenque , que lleva adentro de la funda de cuero bien trenzado una barra de metal , podía matar de un solo golpe. Nunca se separaba de él.
A todo esto debemos agregar que el terreno no poseía secretos para el gaucho. En una sola ojeada reconocía una huella , o seguía un rumbo guiado por árboles o pastos. Se orientaba también por la posición de los astros o algunas aguadas , y su finísimo oído apoyado en la tierra lo ponía sobre aviso de la proximidad de los indios. Estos magníficos guías , que podían conducir sin dificultades a los viajeros a través de la pampa se llamaban " baquianos " , y de ellos se dijo que eran " la brújula de la pampa " . Durante las guerras de la Independencia , fueron muy útiles al ejército criollo , pues nada más que por el movimiento de los animales o los casi invisibles desgarrones en las plantas , podía informar del paso del enemigo y hasta decir cuántos hombres eran.

Las diversiones : La taba , las carreras de caballos y de sortijas, las payadas, el pato, la riña de gallos, la caza de avestruces, los juegos de naipes, fueron todas diversiones de los gauchos.
La pulpería era su principal centro de reunión y el lugar donde pasaban muchas horas probando su suerte en juegos de azar , mientras alguno punteaba en la guitarra un melancólico yaraví y otros se convidaban con aguardiente.
El pulpero atendía a sus clientes detrás de una fuerte reja , que dividía el negocio, porque a menudo había peleas y no era cuestión de que le destrozaran la mercadería.
Estos establecimientos eran también almacenes y tenían frente a la casa una cancha para el juego de carreras , que fue uno de los entretenimientos favoritos del gaucho.
En las carreras intervenían dos jinetes , que iban en camisa ,descalzos y con una vincha en la frente para sujetar el cabello.
Montaban en pelo a sus caballos y mientras los espectadores hacían sus apuestas se preparaban para la largada. A la orden de los jueces partían al galope a través de los 300 ó 400 metros , que debían recorrer. Las riñas de gallos fueron otro pasatiempo predilecto. En este juego se enfrentaba a dos gallos especialmente entrenados para la pelea y se los hacía luchar hasta que uno de ambos moría.
Aunque hoy nos desagrada la crueldad de esta diversión , los gauchos se entusiasmaban y eran capaces de apostar todo cuanto tenían.